Cuando Francisco nació parecía un niño normal. No tardó en aprender a hablar, caminar y correr por todos lados. Su mamá y yo nos sentíamos cansados. Nos turnábamos para vigilarlo porque no contábamos con nadie más para cuidarlo.

Había ocasiones en las que en vez de correr por la casa, se echaba en el piso a hojear una revista mía mientras colocaba sus juguetes a su alrededor como si estuviese en medio de una reunión.

Todo esto me parecía muy tierno hasta que Francisco les dijo:

—Quiero que el puente se vea así. Si no le ponemos estos remaches y cables se va a caer.

En ese momento dejé de sonreír. Paco sólo tenía dos años y no recordaba haber usado esa clase de vocabulario frente a él. Los días pasaron y él seguía tomando mis revistas y leía el contenido. Otra cosa que mi hijo hizo fue tomar hojas blancas y lápices de colores y una regla -de punta roma, para que no se lastimara- y comenzó a dibujar estructuras similares a las de las revistas haciéndolo de maravillas.

He guardado todos sus dibujos para mostrárselos a su mamá y a algún doctor que pueda explicarme cómo es que le salen tan bien.