El profesor Ernest Lawrence llevó a su sobrino a la Universidad de Aberdeen a estudiar arquitectura. El joven de veinticinco años caminaba cabizbajo y con los hombros encorvados evitando mirar a la gente a la cara.

Lawrence lo guio por los pasillos de la institución hasta su cuarto el cual era sólo de él, tal y como los dos lo habían pedido. Entraron en la estancia y dejaron las maletas a un lado. Lawrence se dirigió a su sobrino:

—Aquí tienes todo lo que necesitas. Recuerda no llamar mucho la atención y, por favor, Aidan... —hizo una pausa para tomar aire y sentir seguridad acerca de lo que iba a decir— si alguien se mete contigo, por favor, avísame con tiempo. No dejes que el problema crezca.

—Sí, tío —contestó el joven con voz neutral.

Aidan se acomodó y pasó el resto del día repasando cada detalle de cómo hacer las cosas en su nueva universidad y en su nueva vida.

El primer día se mantuvo callado y observó a la gente a su alrededor. Era bueno haber recuperado algo de normalidad, pero él sabía bien que esto era relativo. Él oraba todos los días porque nadie de su vida pasada apareciera de repente y lo expusiera.

Cuando llegaba la hora de dormir, Aidan desaparecía y Kevin volvía para ocupar su lugar. Sostener la existencia del sobrino del profesor Lawrence requería de toda su energía. No le costaba demasiado concentrarse en clases, pero fingir cosas que no le gustan o adquirir maneras que no eran las suyas hacía que se cansara más rápido que siendo él mismo.