Örvar invitó a Gyða a subirse al bote de remos que su padre y su tío usaban para ir de pesca. La niña no quería hacerlo, pero su hermano la retó diciéndole que, como era una chica, era una cobarde. Gyða movida por el reto, se subió y se sentó justo en el asiento donde estaban los remos.

—¡Quítate de ahí! —le espetó Örvar— ni que tú pudieras hacerlo.

Gyða se cambió de asiento y dejó que su hermano mayor empezara a remar y a alejarlos de la costa.

Örvar remaba con energía. Sus mejillas se enrojecieron como si tuviese pudor o algo parecido. Él se veía adorable cuando sus mejillas adoptaban ese color. Lamentablemente, el hechizo se rompía tan pronto abría la boca para decir lo que fuera.

El tono de voz que empleaba, sus maneras y lo rústico que era hacía que, cualquiera que se fijara en él, se desencantara enseguida.

El padre de ambos lo defendía diciendo:

—Tiene los modales de sus ancestros invasores —decía orgulloso.

—También la bocota y la mala higiene —saltó Hildur, la tía de parte materna de los chicos.

El padre se reía de esta clase de comentarios y seguía adelante como si todo lo que Örvar decía y hacía fuese motivo de orgullo.

¡Si tan sólo pudiera verlo ahora!

Örvar remaba en círculos hacía rato. El sudor mojaba sus ropas y le hacía perder fricción en los remos. Cuando se detuvo y vio que seguía en el mismo lugar de hacía rato, empezó a patear y maldecir.

Más me vale estar lejos de él cuando sea un adulto, murmuró Gyða para sus adentros.

La niña esperó a que su hermano se cambiara de asiento para ocuparlo ella y empezar el camino de vuelta a la costa. Gyða, dos años más joven que su hermano, hacía cada movimiento sin esfuerzo. Ella le había pedido a su padre que le enseñara a remar y él la apartó diciendo que ella era una mujer y que no lo necesitaba. Gyða, sin rendirse, practicó a escondidas de su padre y ahora, la gente que los veía retornar a la costa era testigo del aprendizaje.

Gyða amarró el bote y corrió a la casa a descansar del esfuerzo.

Örvar padre sacó a su hijo del bote y le dio un golpe en la cabeza por haber fallado como marinero.