En un valle donde las montañas parecían besar el cielo, vivía Andalucía, quien cada día al atardecer salía a recorrer la naturaleza que la rodeaba. Con su cesta llena de alimentos y un termo lleno con algún líquido caliente, pues los recorridos solían alargarse hasta altas horas.

Su mundo estaba conformado por las montañas que la rodeaban, los altos y antiguos árboles, las flores y los animales que hacían vida en la naturaleza del lugar. Andalucía no tenía amigos en el lugar, ya que estaban muy lejos de la cabaña más cercana a su hogar; debido a esto, sus compañeros eran mayormente animalitos de la naturaleza.

Hubo un día en el que Andalucía recorrió un poco más allá de la ruta de siempre, más lejos de lo normal, y logró descubrir un hermoso campo de flores de los colores más increíbles. Al ser bañados por la luz del sol, daban la ilusión del arcoíris y brillantina. Mientras Andalucía recorría el campo observando maravillada y tocando las flores, pudo escuchar a lo lejos un sonido que no lograba identificar, pero estaba segura de que no eran aves. Tratando de seguir la melodía para saber de dónde venía, pudo identificar un instrumento de cuerda. Al llegar más cerca del sonido, pudo ver la figura de una persona sentada cerca de un viejo y enorme árbol de samán, cuyas ramas se movían danzando junto al viento, logrando hipnotizar a Andalucía con lo hermoso que se veía. Decidió acercarse un poco más para saludar. Una vez cerca, pudo identificar mejor a la persona: era una señora mayor quien tocaba un pequeño y viejo arpa.

La señora, al notar la presencia de Andalucía, la invitó a sentarse con ella para conversar, escuchar la melodía del arpa y observar las maravillas que las rodeaban. Ese día, Andalucía comprendió que había logrado descubrir el más maravilloso de los tesoros.